jueves, 20 de agosto de 2015

Mimo (Relato-interludio)

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El siguiente relato es una especie de interludio de una historia que se está escribiendo por varias personas en el foro Ábrete Libro, entre ellas yo mismo. La historia podéis seguirla y leerla a través de este link, por si os interesa. Este "interludio" no forma parte de dicha historia, si no que lo escribí a raíz de ella, como un experimento.

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MIMO


La pequeña aferra con más fuerza el bracito de su oso de peluche. Camina sin rumbo fijo, buscando a su madre. De vez en cuando se detiene a escuchar los sonidos que la rodean, se muerde el labio inferior sin decidirse a llorar y vuelve a ponerse en marcha.

El osito se llama Mimo, ha vivido con la niña toda la vida de esta, aunque ella no ha sido su primera amiga. Hace tiempo que permanece callado, no sabe qué decir, nunca imaginó que las cosas acabaran siendo de aquella manera. No le importa demasiado tener su pelambre sucia y manchada de sangre seca, ni siquiera que alguna de sus costuras haya empezado a ceder en brazos y piernas. Lo que le duele es sentir tanta tristeza. No está hecho para eso, sus ojos de plástico son dos semiesferas de color negro con un puntito blanco arriba, a la izquierda, protegidos por un par de capas de barniz para darles ese brillo de vida que deben tener. En realidad el uso los ha dejado algo deslucidos, lo que no importa, ¿acaso Mimo no está allí para estar con la niña? si sus ojos pierden el barniz es por haber hecho bien las cosas, por estar siempre ahí cuando su amiga, Arnet, aquella pequeña que se abraza a él todas y cada una de las noches desde que nació, lo necesita. Y ha sido muy necesario, mucho.

Pero sus ojos ahora tienen de nuevo un brillo, algo que jamás hubiera esperado en un muñeco de peluche. Llora. Gruesas lágrimas se derraman de aquellos pedacitos de plástico desde que su amiga murió y han acabado aquí, en una especie de limbo, a la espera de algo que ninguno de los dos sabe qué es.

No es que no conociera de antes la tristeza, al contrario, se ha esforzado mucho con Arnet para consolarla, y antes de ella han habido otros niños, pequeños que lloraban y reían, que se aferraban a su cuerpo blandito ilusionados o apenados. Pero aquella era una tristeza distinta, la de ahora no es ajena, no es prestada, es suya propia. Ni siquiera se había dado cuenta de lo mucho que ha llegado a adorar a la niña.

Lo malo de estar con Arnet en aquel lugar es que él ha cambiado. No sabe la razón, nunca se ha sentido mal encerrado en un cuerpo inanimado, sin poder hablar o moverse. Es un osito de peluche, ¿qué iba a hacer?, es solo un apoyo para los niños y niñas que lo han querido, incluso ha sido testigo de un par de adolescencias tumultuosas. Pero hasta ahora solo tenía su pensamiento, un halo insuflado en sus entrañas de algodón como un alma pequeñita.

Ahora puede moverse, hablar incluso, pero también sentir. Sentir demasiado según su opinión, y así no sirve. Arnet sigue queriéndolo igual que siempre, ni siquiera se había sorprendido cuando su amigo había cobrado vida, quizá porque en su mente Mimo siempre ha estado vivo. Sigue apretándolo al pecho cuando está triste o nerviosa, o cuando quiere abrazarlo porque está muy contenta. Su manita se aferra a uno de los brazos de peluche cuando camina, como si fueran cogidos de la mano. A veces, cuando el terror la atenaza, sigue posando su pequeña frente sobre la cabeza de Mimo para mirarle a los ojos desde arriba, mientras sus lágrimas resbalan poco a poco de sus mejillas a las de su amigo de peluche. ¿Cuántas noches ha bebido de aquello? muchas, pero ahora no es la pequeña la que suele empaparlo, si no sus propias lágrimas.

Es irónico, en cierto modo. Cuando ocurrió el accidente de coche había sido él el que se había aferrado al alma de Arnet mientras su cuerpo moría, había sido él el que había decidido que no podía dejar a la niña partir sola con su madre, aquella mujer que no estaba seguro de que la quisiera como debía, incluso si ambas iban a ir a un lugar mejor. Y no se arrepiente de haberlo hecho, la pequeña es su vida, de todos los que han compartido con él sus infantiles vidas ha sido Arnet, la adorable chiquilla que se lo come a besos como jamás lo ha hecho su madre con ella, la que le ha arrebatado el corazón. Ya no es capaz de verse con otros niños o niñas, ni, por supuesto, adolescentes. Así que sí, mientras la vida desaparecía de los ojos de la pequeña él había hecho lo imposible por seguirla. Y aquí está, llorando sin descanso mientras la pequeña busca, una vez más, a su madre por el laberinto de aquél odioso limbo.

Duele. Verse tan incapaz de ayudar realmente a pesar de que ahora puede moverse y hablar. ¿Cómo ha sido capaz Arnet de sobrevivir tanto tiempo de este modo? Quizá a él aún le falta algo o quizá nunca se ha dado cuenta de lo fuerte que es su amiga.


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