domingo, 13 de diciembre de 2015

La muerte de un relato (Relato corto)

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(El siguiente relato lo escribí a raíz de un concurso, pero lo deseché y no lo mandé. Debía escribir un "relato muerto", con  una extensión de no más de dos páginas en word con letra times new roman a tamaño 12).
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LA MUERTE DE UN RELATO

Por fin estoy muerto, o eso creo. Trataré de relatar el relato de este relato, así podréis juzgarme vosotros.

No sé ya el tiempo que llevaba en el mundo, pero sé que nadie quería acabar conmigo. Mis primeras letras empezaron siendo garabatos de tinta cobalto sobre un papel de libreta barata, con gusanillo y cuadriculada, la pobre. La primera frase me fue amputada de manera grosera tachándola insistentemente, depués un par de párrafos dubitativos corrieron la misma suerte. Tal vez lo único que sobrevivió de todo aquello fue la palabra "puedo", o quizá fuera un "quiero", no estoy seguro, pues esa segunda historia no pasó el filtro al "pasarme a limpio" a un folio de buen gramaje. ¿Nací entonces?, no, una historia inacabada sin sustancia formó mi alma durante mucho tiempo, mientras se me enterraba en vida junto a la pelusilla de un cajón medio vacío. Mi tumba fue profanada un par de veces antes de pasar a la otra vida, la primera fue un viaje movidito, se me desenterró con rapidez y me garabatearon una lista de legumbres y lácteos para luego mutilarme llevándose aquello a lo que aún no había tenido tiempo de aceptar como mío.

La segunda vez que interrumpieron mi descanso estuve a punto de acabar en la papelera, mi cuerpo fue hecho un ovillo pero, quizá fruto del arrepentimiento, fui devuelto a mi ser por unas manos que pretendían ser planchas y no lo eran. De regreso al camposanto pude trabar cierta amistad con un par de narraciones truculentas, de esas que, como yo, tenían toda la pinta de convertirse en zombies que se pudrirían con el tiempo.

Entonces llegó el día, me sacaron de un tirón, soplaron sobre mi ser y trataron de alisarme sin muchos miramientos. Durante un momento fui sostenido en la balanza imaginaria del juicio final, se decidía el peso mi alma. Luego mi ser sufrió una transfiguración, del papel al ordenador, mientras de fondo sonaba un requiem de teclas golpeadas con ligereza. Quiero pensar que los ojos rojos que me miraban eran de pena, de nostalgia o al menos de pesar, no me importaría tal cosa.

Luego el velatorio, la exhibición pública, posiblemente para que quede clara la razón de mi muerte, el por qué de que mi autor quisiera quitarme de enmedio. Me pregunto si habrá plañideras, si se murmurará sobre mí, o si mi recuerdo no será más que un mal olor pasajero.

Ya se acerca mi hora. Aquí llega el punto final.
 

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