miércoles, 15 de julio de 2015

Aventurero (Relato no ficción)

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(El siguiente relato lo escribí como consecuencia de un concurso. Debía escribir un relato sacando la idea de una frase dada, con un período de tiempo máximo de tres horas para hacerlo y una extensión de no más de dos páginas en word con letra times new roman a tamaño 12.

Frase que da la idea para el relato: "Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender." (Charles Dickens).
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AVENTURERO

Estaba empapado de arriba abajo. Incluso el aire parecía cargado de agua. Se restregó la frente en un inútil intento por cambiar el curso de los riachuelos que se estaban formando sobre sus cejas. Siguió caminando y boqueando un trecho más.

Por aquella zona apenas pasaba el sol, se detuvo y miró hacia arriba, al infinito techo verde. Ojalá pudiera reunir el suficiente ánimo como para recrearse en el hermoso entorno, pero hacia ya varios kilómetros que aquella exótica penumbra plagada de belleza había perdido todo su encanto.

Y era una lástima, siempre había creído que vivir una experiencia como aquella le haría sentir como uno de aquellos exploradores con los que le habían machacado en la universidad.

Siguió caminando mirando obstinadamente un metro por delante de sus pies. De la nada apareció un animal pequeño de piel aceitada que le hizo detenerse bruscamente. Tratando de mantenerlo en el radio de su mirada echó un rápido vistazo hacia adelante. Los otros ya se alejaban, un grupo de chorreantes prendas color caqui. Se pasó la lengua por los dientes y miró de nuevo al animal, parecía una pequeña rana, de esas venenosas, con colores intensos. Sería mejor llamar al guía y… De pronto la ranita saltó hacia su bota y él apartó el pie velozmente. El animal ni se inmutó, cayó en una raíz y volvió a saltar, esta vez alejándose de él.

¡Joder, qué susto! Levantó la mirada y vio que sus compañeros estaban a punto de perderse de vista. Aún preocupado corrió para reducir la distancia. Con esfuerzo fue sorteando las ramas, raíces y troncos muertos que alfombraban todo el supuesto camino.

Entonces algo le cayó sobre el cuello. ¡Una serpiente, una serpiente! Hizo aspavientos mientras saltaba de un lado a otro, al final logró agarrar algo rugoso y redondeado sobre su hombro y lo lanzó lejos. Con los latidos del corazón martilleándole los oídos se dio cuenta que había sido una liana. ¡Una jodida liana! Se permitió sonreír, miró hacia sus compañeros para poder hacerles partícipes de aquello y descubrió que ya no estaban.

¡Oh, mierda! Su corazón volvió a galopar descontrolado. Miró a todas partes, ni siquiera sabía cuánto podía haberse movido de la línea serpenteante por la que debía ir. Con desesperación sus ojos se tropezaron con hasta cuatro posibles “caminos”. Tenía la boca muy seca, y se esforzó por tragar. No podía, la garganta parecía habérsele hinchado, quizá le habían picado, mordido o lo que fuera y estaba envenenado. Comenzó a toser y toser de modo nervioso y espasmódico. Echó mano a la mochila y sacó la cantimplora.

Mientras bebía se tranquilizó. Tragaba con normalidad, simplemente había entrado en pánico, solo eso. Tranquilo, tranquilo.

Respiró acompasadamente tratando de analizar la situación. Tenía su mochila, donde estaba todo lo que podía necesitar si se perdía. Y aquella misma madrugada le habían impartido una rápida pero tranquilizadora clase de supervivencia respecto a su “kit de vida”. Lo primero era no malgastar el agua, así que enroscó el tapón de la cantimplora y echó una mirada alrededor. Necesitaba un sitio despejado, pero eso era imposible. Encogió los hombros. Aquél parecía un buen sitio como cualquier otro para asegurarse de seguir teniendo todo en la mochila y el cinturón. Lo sacó todo y lo fue colocando directamente sobre todas aquellas hojas que se pudrían en el suelo.

A ver, la cantimplora de agua, la de isotónico, las barritas energéticas, las de chocolate, los cubiertos y la taza de metal, la brújula, el mapa, el GPS, la radio-mp3, la cámara de fotos, el botiquín, el cuchillo, la navaja multiusos, la manta aquella que parecía papel de plata, la libreta de notas y el librito de viaje. Se quedó con el cuchillo y el GPS, dudando de si sería inteligente comerse ahora una de aquellas deliciosas chocolatinas. No, mejor después, había que racionar. Por un momento se sintió seguro y, en cierto modo, eufórico, aquella podía ser una aventura de las que contaría a sus nietos. Se le escapó una carcajada, primero debía buscarse novia claro.

Vale, estaba listo. Miró el GPS dándole vueltas en las manos. No reconocía la marca pero tenía similares botones a uno que le habían enseñado a usar hacía un par de años en clase. Con el recuerdo vino la sensación angustiosa, el profesor les contó por qué era importante que practicaran con el GPS, varias expediciones se habían perdido inexorablemente en diversos puntos del planeta simplemente dejándose llevar por el instinto. Aquél carcamal los había ilustrado con uno de los viajes más accidentados que él mismo había vivido, y no se cortaba un pelo en entrar en detalles el maldito viejo. Infecciones, gangrena, fiebres, y un asqueroso etcétera.

Joder, mejor no pensar en eso. Él iba preparado, ¡estaba en el siglo XXI maldita sea! Ahora se podía ir y volver al polo como quien va de excursión a la sierra, y no digamos atravesar una selva. ¡Joder!

Encendió el aparatito y pulsó los botones. Durante un rato le costó recordar la secuencia que debía seguir para situarse, pero al final lo logró. O eso esperaba. Ahora… se descolgó una vez más la mochila y sacó el libro de viajes, ahí estaban anotadas las coordenadas del destino de la expedición. Suspiró aliviado, no estaba lejos, al menos en cuanto a números. Marcó el destino, guardó el libro y comenzó a caminar en círculos hasta que logró orientar la dirección. Con paso seguro avanzó desembarazándose del follaje. Menos mal que no parecía tan denso por aquél lado.

Tropezó con algo y trastabilló un par de metros. Cuando se giraba para mirar con qué se había golpeado sintió un dolor punzante en el tobillo derecho. Bajó la vista rápidamente y se quedó de piedra mirando una pequeña y delgada serpiente de color verde brillante preparada de nuevo para atacar. Se separó de ella de un salto y se agachó inseguro. Bajó lentamente el calcetín mientras se aseguraba de no perder de vista al animal. Descubrió un par de puntitos rojos justo en el tobillo. ¡Ay Dios mío! Envenenado. Se estaba mareando, seguro que ya le estaba haciendo efecto, y la garganta, ahora sí, se le estaba hinchando, no podía respirar y… Entonces notó un manotazo en la espalda.

—¡Oiga! Le dije que no se separara del grupo, ¿me oye?

Miró con los ojos desorbitados al guía. Le temblaban las manos, y con gestos le señaló su tobillo y luego a la serpiente. El hombre miró ambas cosas y siguió con esa expresión de naturalidad. ¡Qué me muero!

—No se preocupe amigo, no es mortal, tiene veneno, sí, pero apenas le hará nada, venga conmigo, le haremos un pinchacito de nada y como nuevo. Soy un experto, ya verá.

Siguió mirándolo con ojos desorbitados, pero fue soltando poco a poco el aire que, sin darse cuenta, había estado reteniendo. Una enorme felicidad lo inundó.

FIN



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