lunes, 15 de julio de 2013

Red de Herejía (Relato Wh 40k)



RED DE HEREJÍA

La lanzadera se posó suavemente sobre el área designada del espaciopuerto. El Inquisidor salió confiado al encuentro de  su contacto, sin embargo, tras él,  Oruno parecía algo receloso a pesar de su aspecto de luchador avezado. No se lo podía reprochar, el espaciopuerto era un entramado de metal, cables y rococemento en medio de un vasto océano. El agua estaba por todas partes, no se veía ni el más mínimo pedazo de tierra alrededor, de hecho, según sus informes, lo único que podía considerarse "suelo firme" en la superficie de aquél planeta acuático era el espaciopuerto donde se encontraban, y era una construcción humana, no procedente de la naturaleza. Sin embargo, en su larga vida había visto demasiadas cosas, y aquél extraño planeta era sólo una más.

- ¿Inquisidor Cortius? - le interpeló un hombre con evidente sobrepeso y lustrosa calvicie embutido en un traje de goma de colores chillones.

- Se equivoca, soy el comerciante Carcelai ap'Tenia - le dijo con voz cortante.

- Pero...

La expresión furibunda que le lanzó apabulló al "hombre de goma", que lanzó también una mirada nerviosa hacia Oruno. Estaba seguro que a su espalda su colaborador estaría mostrando aquella mueca asesina que tanto le gustaba.

- Usted debe ser Emadi Gynte. Como le comentó un conocido común estoy interesado en tantear la posibilidad de comercio en este lugar.

- Em… sí, sí, señor... Carcelai, yo soy Emadi Gynte. Le.. les esperaba, ya he preparado dónde podrán instalarse pero primero debemos bajar a la ciudad, ¿traen mucho equipaje? - el sudor perlaba la calva del hombre mientras hablaba, luego, con un gesto, llamó a un par de servidores.

- No se preocupe, hemos traído un equipaje ligero, por favor Oruno señálales a los servidores cuáles son nuestras cosas.



Gynte lo llevó a un vehículo oruga de aspecto austero que contrastaba con su interlocutor. Tomaron asiento en la parte trasera mientras los servidores lobotomizados del espaciopuerto cargaban el equipaje. Por un momento se sintió inseguro, esperaba que su pierna de metal no se notara bajo la ropa, odiaba que la gente le preguntara sobre ello. Decidió mantener entretenido al comerciante.

- ¿A cuánta profundidad debemos bajar para llegar a la ciudad?

- Bueno, em... verá, no estoy seguro, sólo puedo decirle que tardaremos alrededor de una hora estándar. Yo no... bueno, no suelo subir aquí arriba - el hombre se apretaba las manos intranquilo.

- Lo entiendo, aquí no hay nada, excepto el espaciopuerto.

- Sí claro, pero abajo en la ciudad no falta de nada, se lo aseguro, se vive bien em... bueno, si van bien los negocios ya sabe.

- ¿Puedo preguntarle una cosa?

- ¿Qué? ¿yo?.. Sí, claro.

- ¿Por qué lleva un traje de goma?

- ¿Esto?, es por la humedad. Yo no lo suelo usar, ya sabe, pero en los túneles...

- ¿Túneles?

- Sí, bueno, el espaciopuerto no está exactamente sobre la ciudad, debemos ir por los túneles, pero no se preocupe, es rápido... y seguro, simplemente es algo húmedo y no me sienta bien la humedad.

Cortius levantó levemente una ceja. Oruno entró en ese momento en el habitáculo del vehículo. Ya estaba todo cargado y listo, así que se pusieron en marcha. Por el camino Gynte les explicó que el ascensor gravítico que los bajaría a la "sub-superficie" era muy rápido y apenas se notaba dicha velocidad, por lo que no debían preocuparse. Los túneles, sin embargo, eran un tanto opresivos según su opinión, amplios pero con cierta oscuridad. Cuando estuvieron en ellos Cortius hubo de reconocer que la escasa iluminación era un error incomprensible, pensó que tal vez la intención era que los visitantes y viajeros no se dieran cuenta de que había numerosas filtraciones en las paredes, pero si era así no lo habían logrado, precisamente la pobre iluminación hacía que cada fuga brillara tenuemente destacando en la oscuridad del resto de la pared. Se preguntó cómo era posible que no hubieran subsanado ese problema si, como había observado, el espaciopuerto estaba en excelentes condiciones.

Le preguntó al respecto a Gynte y éste, algo incómodo, le respondió que cada sección de los túneles estaba al cuidado de las ciudades cercanas a ellos, mientras que el espaciopuerto era responsabilidad de los militares. Como siempre Cortius no pudo más que reafirmarse en su idea de que el dinero siempre corrompía a los gobernantes, estaba seguro que habría en cada ciudad una cantidad de la recaudación de impuestos destinada a sufragar el supuesto mantenimiento de los túneles, pero estaba claro que, al menos en esa parte, no se estaba realizando. Sin embargo, tampoco podía pensar bien de los militares, el control realizado a su lanzadera había sido muy superficial, gracias, claro está, a que Oruno se  había encargado de sobornar a la patrulla encargada de la inspección. De todas formas no estaba aquí para investigar la corrupción política, ni la militar, sino algo más peligroso, el contrabando de artefactos xenos. Había decidido tratar de pasar de incógnito para no alertar a la red de contrabando. Por la información que había recopilado estaba seguro que este planeta era el centro desde el que operaban los contrabandistas, pero había sido imposible recabar informes veraces al respecto, por eso estaba allí. Y parecía haber acertado.

En un momento dado su transporte se detuvo bruscamente. Justo delante había una serie de vehículos que les impedían el paso.

- Parece que nos han descubierto - dijo Gynte.

- ¿Cómo lo sabe?

- Bueno yo...

- Me pregunto por qué somos los únicos que viajamos por este túnel, en el espaciopuerto había bastante actividad. - Cortius le lanzó una mirada acerada.

- Inquisidor, entiéndame yo... mi familia... me... me dijeron que los matarían a todos y...

Oruno le dio un tremendo puñetazo a Gynte, que se derrumbó como un fardo. El conductor se quedó a medias en su intención de girarse, Cortius le había golpeado con el canto de la mano detrás de la oreja y había caído fulminado. Sin esperar ninguna orden por parte del Inquisidor, Oruno bajó del vehículo y, mientras le recibían una serie de disparos, recogió una amplia mochila de aspecto militar y un maletín oscuro. Lanzó éste a Cortius y extrajo del saco un rifle láser modificado para responder al fuego enemigo. El inquisidor tecleó el código de apertura del maletín y lo abrió lentamente. Odiaba perder la calma, unos cuantos impactos en el exterior del transporte sólo hicieron que acariciara el cañón de la Pistola Infierno del interior de la maleta, la cogió junto a un par de cargadores y la espada corta de energía. Ojalá se hubiera traído su Arma Bendita, pero no podía hacer nada al respecto. Tras prender de la solapa su insignia inquisitorial saltó fuera del transporte uniendo sus disparos a los de Oruno.

Observó que la barrera del enemigo eran un par de vehículos gravitatorios de chasis bajo y una especie de camioneta. Por la disposición de los fogonazos contó unos diez atacantes, quizá más. En ese instante Oruno le voló la cabeza a uno de los hombres mientras él mismo acertaba en el cuello a un segundo. Dos menos, se dijo. Si mantenían el ataque a distancia no habría problema, tanto Oruno como él tenían buena puntería, mientras que aquellos matones parecían tirar al bulto, posiblemente estaban más habituados al combate cuerpo a cuerpo. A pesar de todo era improbable que el transporte durara mucho bajo una cadencia de fuego tan alta. Necesitaban acabar lo antes posible.

- ¡Oruno! - gritó tras arrancar de un disparo media cabeza a otro enemigo.

- ¿Inquisidor? - el veterano ni siquiera lo miró concentrado en la mira de su rifle láser.

- ¿Qué más traes en la bolsa?

Oruno sonrió mientras realizaba un nuevo disparo. Dejó el rifle a un lado y comenzó a revolver en el interior de la amplia mochila. Cortius, ahora el único respondiendo a los disparos, decidió utilizar sus poderes. No era un síquico de alto nivel, ni siquiera se consideraba de medio nivel, pero había entrenado duro y estaba satisfecho de los resultados. Se concentró y lanzó una onda síquica con algo de esfuerzo, la distancia era siempre un problema. Dos enemigos salieron de sus respectivos parapetos confundidos. Cortius, con la frente perlada de sudor y un dolor que acababa de alojarse tras sus ojos, despachó a ambos incautos de dos certeros disparos. Se produjo un silencio.

- ¡Depongan las armas, están atacando a un Inquisidor Imperial!

Sabía que sus enemigos debían conocer su identidad, pero siempre era buena idea probar, en ocasiones la sola mención de la Inquisición lograba lo impensable. Pero no hubo suerte esta vez, los disparos se reanudaron. Cortius suspiró, revisó el cargador de su arma y apuntó con cuidado.

- Inquisidor, ¿qué tal este juguetito?

Miró a Oruno y no le sorprendió verlo con un rifle de plasma, el generador de la espalda ya lanzaba un leve zumbido, y el arma brillaba a punto de alcanzar su carga óptima. El veterano era un hombre bajo pero de buena complexión así que el arma parecía hecha a su medida, no obstante Cortius sabía bien que el brazo izquierdo era una prótesis metálica potenciada, algo tosca pero capaz de destrozar de un puñetazo un cristal blindado de grado dos. Su pierna era un trabajo más elaborado y cuidado, realizado por expertos de... no, no quería pensar en eso.

Le hizo un leve asentimiento a Oruno y éste, ignorando los disparos enemigos, salió a descubierto y descargó un haz de plasma ultracaliente justo al centro de la barrera improvisada. Era ese el punto donde parecía concentrarse la mayoría de atacantes restantes. Un par de gritos agónicos hicieron soltar una carcajada al veterano mientras volvía a ponerse a cubierto. Casi al instante se escuchó cómo se encendía un motor.

- Esas ratas ya han tenido suficiente - dijo Oruno con gesto divertido. La luz que irradiaba el arma le iluminaba el rostro de manera irreal.

- No deben escapar - escupió el Inquisidor.

Cortius salió corriendo hacia el enemigo sin pensárselo dos veces. Escuchó cómo el veterano soltaba una imprecación a su espalda y lo seguía dos pasos por detrás. Un par de disparos pasaron silbando a su alrededor, pero la adrenalina se había apoderado de él y ni siquiera pensó en que pudieran alcanzarle. Casi sin darse cuenta ya estaba sobre el enemigo, era la parte buena de su miembro de metal, podía imprimir un impulso mayor al correr, y su pierna "buena" no tenía más que posarse un instante sobre el suelo, sin apenas esfuerzo, tan sólo mantener el equilibrio. Había aprovechado esa peculiaridad en multitud de ocasiones para desconcertar a los enemigos, pero esta vez no llevaba su ropaje habitual, por lo que no podrían ver a un Inquisidor Imperial corriendo velozmente, con la gabardina oscura revoloteando detrás y con los ojos rodeados de un halo de luz, un truquito muy útil de sus modestos poderes síquicos. 

Tampoco importaba, descerrajó un tiro al primer matón que se interpuso en su camino mientras continuaba hacia el coche gravitatorio que ya empezaba a moverse. El conductor casi había logrado maniobrar para encarar el morro hacia la profundidad del túnel cuando golpeó uno de los generadores gravíticos laterales con la espada corta de energía. El aparato chisporroteó, al igual que su arma, y se produjo un pequeño estallido que lo lanzó de espaldas al suelo. El vehículo perdió estabilidad y se dejó caer con brusquedad. El conductor, con expresión nerviosa, bajó del coche y sacó una maza de energía que crepitó al encenderse. Cortius rodó a un lado poco antes de que la cabeza del arma le golpeara. Había perdido la Pistola Infierno al caer, y la espada, que aún mantenía agarrada, tenía la hoja partida y chamuscada. Forzó su mente para un nuevo ataque síquico, sabía que eso le daría un buen par de horas estándar de dolor sordo en la parte posterior de los ojos, pero no importaba.

El atacante encajó el golpe síquico con un chillido de sorpresa y se tambaleó. Cortius entonces lanzó una patada tumbado como estaba. Su bota, que encerraba el pie metálico de su prótesis, impactó con la tibia del desgraciado y se la partió con un fuerte chasquido. El hombre se derrumbó gritando de forma desgarradora, tratando de sujetarse la pierna, pero eso era difícil, su piel y sus músculos se habían deshecho, y el hueso, plagado de multitud de grietas, sobresalía partido por la mitad formando un extraño ángulo.

El Inquisidor se levantó con rapidez y le arrebató al herido la maza de energía. Por un momento se planteó asestarle un golpe que acabara con su dolor, pero entonces algo lo golpeó en la espalda y lo lanzó contra el vehículo averiado. Se partió el labio inferior del impacto, pero se revolvió sin pensarlo imprimiendo con la maza un arco lo más amplio posible. El arma acertó de lleno en el brazo de un tipo con cara patibularia que empuñaba una escopeta. A pesar del golpe, que sin duda debía haberle partido el codo, el hombre siguió apuntándolo, su mirada parecía enloquecida, probablemente como resultado de la obscura. Cortius estaba seguro que esta vez el chaleco antibalas no serviría de nada, pues el cañón del arma le apuntaba directamente a la cabeza. No podía volver a usar su poder síquico, lo notaba, una vez más y algo estallaría en su cerebro, sin embargo iba a acabar así de cualquier modo así que lo intentaría.

Se concentró mientras veía como el dedo del matón comenzaba a presionar el gatillo. El dolor en su cabeza llegó como una hoja ardiente, y empezó a perder la visión. Su enemigo salió entonces despedido hacia un lado mientras una forma lo golpeaba con fuerza. Veía todo borroso, pero estaba seguro que Oruno se había lanzado a por el tipo de la escopeta derribándolo. El dolor en la cabeza se hizo insoportable y todo se oscureció, se dejó caer al suelo poniéndose a gatas. Luchó por permanecer consciente, pero no lo consiguió. No se dio cuenta de cómo su rostro golpeaba la calzada.

*     *     *

- …sidor!, ¿me oye?, ¡Inquisidor!

- ¿Q… qué? ¿Dónde…?

- Por el Trono jefe, ha estado a punto de asustarme. Estamos en…

- Ya, ya, ahora me acuerdo.

Notaba pesadez en la cabeza, junto a un dolor persistente tras los ojos. Al menos su visión parecía aclararse con rapidez. Miró alrededor. Estaba sentado apoyado en el transporte oruga. A un par de pasos había un hombre muerto, con el cráneo roto. Oruno pareció leerle el pensamiento.

- Cuando lo traje hasta aquí el tipo ese ya se había despertado y trataba de avisar a alguien por radio. El otro, el comerciante con el traje de goma… me temo que le di demasiado fuerte, lo siento.

- No importa, supongo que todos han muerto ¿no? Tenemos que salir de aquí, llamaremos a los otros y…

- Ya lo he hecho yo, Mendira y Dunt están en camino. Y sí, ninguno de esos perros ha escapado.

- Obviamente sabían que veníamos, así que tendremos problemas para destapar la red contrabandista – dijo mientras se levantaba algo inseguro y limpiándose con el dorso de la mano la sangre que parecía haberle salido por la nariz.

- ¿Cree que necesitaremos más apoyo?

- Quizá, pero primero debemos hacerles creer que somos tontos, unos inconscientes… o unos radicales con apego a las normas.

- ¡JA!, eso le pega jefe.

Miró a Oruno sin expresión alguna. El veterano se rascó la nuca algo incómodo.

- Bueno, digo que…

- Quizá en otro tiempo lo fui – dijo bajando la voz.

Oruno estuvo a punto de decir algo, pero, como siempre, su curiosidad fue vencida por su cautela. Era algo que apreciaba de su colaborador, había cosas del pasado que prefería dejar en el pasado. Sí, hacía mucho tiempo había sido un inquisidor radical, que seguía rígidamente las normas, viendo herejía por todas partes. Pero eso había quedado muy atrás, junto con su pierna. Las cosas no eran blancas o negras, todo era gris, seguía persiguiendo la herejía como había hecho gran parte de su vida, pero ahora importaba poco qué medios debía usar para lograr su objetivo.

- Nos dirigiremos directamente al prefecto de la ciudad, y expondremos lo que nos ha sucedido.

- Fuera máscaras ¿eh?

- No, al contrario, seremos la Inquisición, sí, pero recrearemos una obra de teatro. Seremos un ejemplo de legalidad.

- A Dunt no le va a gustar nada.

- Lo sé.

*     *     *
- No me gusta.

- Oh cállate ya, pareces un percilo de Gijune, no paras de repetir lo mismo, es sólo agua.

- ¿Sólo agua?, jod**, ¿sabes cuántos litros están ahora mismo sobre nuestras cabezas? – dijo el hombre señalando hacia arriba, a la enorme cúpula de cristal ultrarresistente de un kilómetro de grosor, a través de la cual, de manera que escapaba a su comprensión, se podía ver una enorme variedad de fauna marina.

- No, ni idea, ¿y el sabio Dunt lo sabe?

- No te pases Mendira.

La mujer lo miró con una expresión traviesa que enloquecía al antiguo asesino. Dunt no pudo evitar pasear la mirada por el cuerpo de su compañera. Daría cualquier cosa por disfrutar de una hora de pasión pegado a aquella piel olivácea.

- Ey, Dunt, aquí arriba prelono. ¿O es que mis ojos no son bonitos?, sabes que no me gusta que me desnudes en tu mente.

- Eso es imposible, sabes que no tengo una imaginación tan exquisita.

- ¡JA!, las galanterías no te servirán de nada.

- Ya. Tienes que decirme qué demonios significa “prelono”.

- Ya lo descubrirás algún día.

Dunt lanzó un sonoro suspiro de resignación.

- ¿Quién sabe?, puede que te lo susurre en alguna loca noche de pasión bañada en sudor mientras te muerdo una oreja – comentó zalamera Mendira guiñándole un ojo.

Dunt se quedó clavado en mitad de la calle completamente sorprendido. Mendira siguió caminando cimbreando su cuerpo. Los ojos del hombre no podían apartar la mirada de las caderas de su compañera. Sólo imaginarse una noche… toooda una noche con ella… tragó saliva y corrió hasta alcanzarla. No, no pasaría, era imposible, ni siquiera en su antigua vida, cuando era un asesino temido, respetado y escandalosamente rico podría tener la más mínima oportunidad.

Cuando la conoció lo intentó, estuvo a punto de morir de tres maneras distintas, y no había podido apenas defenderse. Él se consideraba un asesino de primera, formado en las Ratoneras de Béntulo, un lugar desagradable, sangriento y enloquecedor, pero Mendira… era una guerrera de una destreza incomparable, donde él utilizaba trucos de la escuela más despiadada y demencial, ella desarrollaba una coreografía de suma elegancia plagada de belleza y letalidad. Algún día debía visitar Gijune, si su casta de guerreras estaba formada por mujeres tan peligrosas como su compañera y tan sólo la mitad de bellas… ¡demonios tenía que visitar Gijune!

- Oye Mendira, ¿tu planeta…?

Dejó la pregunta a mitad de la frase. Ambos notaron algo, un cambio sutil en el ambiente. La calle estaba atestada de personas, debía ser uno de los momentos más bulliciosos de la ciudad. Había una gran actividad, sorprendentemente la gente de Decintea era muy habladora y expresiva, había corrillos en todas partes. Gritos, risas, algunas discusiones… Y, sin embargo, percibieron el peligro. Siguieron caminando como si tal cosa, retomaron la conversación pero de manera automática, ni siquiera se escuchaban el uno al otro. Estaban alerta.

Al entrar en una nueva calle inexplicablemente ésta parecía mucho más vacía que todas las que habían cruzado, como si los transeúntes la evitaran. Un puñado de individuos les cerró el paso. A su espalda otro grupo hizo lo mismo. Los habían rodeado. Dunt desenvainó sus dagas mientras Mendira desenrollaba de su cintura un khelide, un extraño látigo corto de cuero flexible forrado de anillos estriados unidos entre sí de manera experta.

El que parecía líder de los matones abrió la boca para decir algo, pero ambos compañeros no esperaron. Se separaron, la guerrera se lanzó hacia adelante mientras el asesino giraba para enfrentarse a los que estaban detrás.

Dunt adoptó una postura agresiva, sabía que Mendira no se detendría una vez iniciado el ataque, así que él tampoco pensaba dejar que sus contrincantes tuvieran tiempo para reaccionar. Sus dagas tenían forma de colmillo curvo, las agarraba con las hojas hacia abajo, haciendo que la punta letal apuntara hacia delante. Su primer objetivo ni siquiera se dio cuenta de cómo le abría una profunda herida en la carótida. La lluvia escarlata que salió del desdichado hizo dudar a un compañero que estaba a su lado, Dunt se plantó delante de él, se agachó velozmente y le clavó su hoja izquierda en el bajo vientre iniciando una incisión de lado a lado. Con la derecha detuvo un torpe ataque de una barra de metal plagada de puntas afiladas. Acabó de rajar el estómago del infeliz y rodó por el suelo bruscamente. Se levantó con rapidez quedando cara a cara de un tipo con barba descuidada y ojos amarillentos. El hombre trató de dar un paso atrás, para así poder utilizar la espada que llevaba, pero una de las dagas curvas ya se le había clavado en un pulmón y Dunt simplemente le pegó una patada para alejarlo de él, desgarrándole así el pecho. Luego se giró y se enfrentó a un nuevo enemigo. Pero el matón había soltado la barra de puntas afiladas y desenfundado una pistola láser. Sin perder tiempo se dejó caer al suelo, escuchó el disparo mientras seguía en movimiento, reptó velozmente hacía las piernas del tipo y luego rodó a la derecha, un nuevo disparo se estrelló en el suelo, justo donde había estado. Estiró al brazo y cortó limpiamente el tendón del tobillo que había quedado a su alcance. Inmediatamente el pistolero se derrumbó chillando como un circanio. Se incorporó de un saltó y logró detener el ataque de una espada de energía formando una cruz con las hojas de sus dagas. Las armas, de un metal especial, aguantaron, pero una pequeña descarga eléctrica le recorrió los brazos. Apretó los dientes y lanzó un rodillazo a la entrepierna de su contrincante. El desgraciado soltó un bufido y se dobló hacia delante, pero no soltó el arma, así que Dunt le dio un codazo destrozando su tabique nasal.

El matón retrocedió, con una mano agarrándose sus partes y la otra, la de la espada, tratando de protegerse el rostro. Dunt sonrió, se acercó lentamente y lanzó una serie de ataques rápidos al tipo, abriéndole un buen puñado de heridas de feo aspecto. El hombre, resollando, se enfureció y atacó torpemente. Él siguió haciéndole sangrar, hasta que al final se derrumbó con la cara convertida en una masa incierta, con tiras de piel pegadas al cuello, los brazos colgando inútiles y el torso marcado con profundas heridas formando varias equis. No tardó mucho en expirar.

Miró alrededor y sólo quedaba un matón con vida. El hombre al que le había cortado tras el tobillo, aún derrumbado en el suelo, probablemente en shock, mientras seguía formándose un charco escarlata a su alrededor. Sonrió y lo dejó para después. Sentía curiosidad por cómo le había ido a Mendira.

Unos metros más allá su compañera estaba registrando los cadáveres del grupo al que se había enfrentado. Otra vez le había ganado, ¡demonios! No sólo había acabado antes si no que, estaba seguro, se había enfrentado con un número mayor de enemigos. Lo peor era que no había podido verla en acción, aunque… estaba contento, le gustaba matar, aunque fueran a unos idiotas como estos. Lanzó una patada al tipo tirado en el suelo, éste aumentó sus quejas de dolor. Quizá pudieran sacarle información.

*     *     *

- Inquisidor, no se han comunicado en el tiempo acordado.

- Lo sé Oruno, démosles unos minutos más.

- Llevamos en este hotel casi dos semanas, ¡por el Trono! Me estoy oxidando.

- La próxima vez puedes venir conmigo al Palacio del Prefecto.

- Déjelo, prefiero salir de patrulla.

- Ya lo hemos hablado, no es buena idea que busques problemas.

El veterano no dijo nada más, pero no estaba nada contento. Comprendía la ofuscación de Oruno, apenas habían avanzado en sus pesquisas desde que entraron en la ciudad. El plan de poner al descubierto su condición de Inquisidor y pedir la cooperación del gobierno y la fuerzas del orden de la ciudad, tan sólo había logrado que el Prefecto tratara de agasajarle a la menor oportunidad, y que el comandante de los Arbites no dejara de mandarle informes y más informes de arrestos, redadas, etc, de los últimos tres años estándar. Pero era necesario que sus enemigos bajaran la guardia.

El comunicador comenzó a sonar. Oruno se lo pasó directamente y, aunque trataba de permanecer tranquilo, sus ojos tenían ese brillo que anunciaba acción. Cortius abrió el canal de voz.

- Aquí Violinista, adelante.

- Violinista, aquí Cuero, hemos rescatado el cielo, aunque nos hemos perdido en las nubes. Sugiero una pieza maestra.

Oruno se levantó como un resorte y empezó a equiparse. Dunt y Mendira habían sufrido un ataque, pero habían encontrado una pista. Debía ser importante pues querían que Cortius se reuniera con ellos.

No fue difícil encontrar la dirección señalada. Era una alta construcción algo descuidada en uno de los barrios pobres de la ciudad. La parte mala de que la población estuviera bajo el agua era que al cabo de varias generaciones el espacio se reducía considerablemente, pues la gran cúpula no podía ampliarse, y sin embargo había que construir sitio para todos. De manera que el bloque de pisos donde penetraron estaba tan sólo a cinco manzanas de su hotel de lujo. Lo primero que sorprendió a Cortius es que parecía vacío, o al menos los habitantes del lugar debían ser muy silenciosos, lo que era un contrasentido tratándose de una ciudad tan poblada y bulliciosa.

Dunt y Mendira los interceptaron en la segunda planta. Les contaron que según un informante, que había sido “amablemente” persuadido por el antiguo asesino, los tres últimos pisos del bloque estaban en manos de una organización que se dedicaba a las “antigüedades exóticas” de una manera ilegal. Cortius estaba seguro que formaban parte de los contrabandistas herejes que ellos buscaban, sin embargo, era extraño que el edificio no estuviera defendido, al menos aparentemente, porque notaba una presencia síquica. Lo que significaba que podría haber alguien con poderes y por tanto los habría detectado. Decidió que irían a por todas, si se retiraban ahora perderían la única posibilidad que se les había presentado en doce días estándar. Hasta ese momento no se había dado cuenta de que, como Oruno, él también estaba deseando de entrar en acción.

Ascendieron hasta toparse con una planta cerrada por enormes planchas de metal. Oruno hizo estallar una sección entera con explosivo plástico y tuvieron el primer encuentro con la seguridad del lugar.

Aparecieron seis animales enormes. Parecían una mezcla de perro estalita y oso de Gundio, probablemente eran producto de alteraciones genéticas o algo peor. Peludos, de gran tamaño y colmillos largos. Mendira despachó velozmente a dos de las bestias con el khelide mientras realizaba volteretas y fintas. Dunt se lanzó a por un tercero que estuvo a punto de arrancarle un brazo, pero el asesino lo despachó tras abrirle el cuello de lado a lado. Oruno se había equipado con un lanzallamas y no dudó en achicharrar al que se acercó por su lado. Cortius, por su parte, blandió su Arma Bendita en un amplio arco y decapitó al primer monstruo que se puso a su alcance. El sexto animal fue el más peligroso, logró esquivar las llamas del veterano, golpeó al asesino y la guerrera sólo pudo arrancarle la mitad de la cola antes de que el Inquisidor le aplastara las costillas con su pierna de metal.

No hubo tiempo para reagruparse, al instante empezaron a lloverles disparos por todas partes. Aunque ni a Mendira ni a Dunt les gustaban los combates a distancia Cortius se había encargado de que Oruno les llevara armas de fuego. La guerrera cogió un par de pistolas de agujas, el asesino, por su parte, eligió una pistola láser y una escopeta, el veterano dejó a un lado el lanzallamas y cogió su fiable rifle láser potenciado. Cortius llevaba su Pistola Infierno en bandolera, pero empuñó una pistola bólter. No era un arma ligera, pero siempre que la empuñaba esperaba que transmitiera que su portador era indudablemente un defensor de la ley imperial.

Tras varios minutos quedó claro que estaban estancados, habían logrado avanzar unos metros, eliminando un puñado de tiradores, pero eran demasiados, en cuanto se acabaran las municiones tendrían que retirarse, siempre y cuando no les hubieran cortado la ruta de escape. Cortius era consciente de que no tendrían otra oportunidad mejor que aquella, al menos en poco tiempo, así que apretaba el gatillo con rabia tratando de pensar en una solución. Había tratado de utilizar su poder una vez, pero algo o alguien lo había repelido, y fuera lo que fuera sin duda tenía un nivel mayor, algo tosco y brusco, pero allí estaba.

A lo lejos percibieron las sirenas de los Arbites, las cosas iban a empeorar. El inquisidor no tenía dudas de que las fuerzas del orden harían que el enemigo escapara, y lo peor de todo es que no estarían nada contentos con que él no hubiera informado de lo que iba a hacer.

Los contrabandistas comenzaron a retirarse en desbandada. A una orden los suyos los persiguieron. Atravesaron pasillos, escaleras, y amplias salas llenas de cajas y cajas. Debía ser pues un almacén, tres plantas donde guardar los objetos y productos ilegales. No se detuvieron a mirar lo que había en el interior de todo aquello. En la azotea del edificio unas enormes pasarelas de metal servían de rutas de escape para los herejes, que se separaron en pequeños grupos y se diseminaron por gran multitud de edificios. Antes de que Cortius planeara un nuevo plan de actuación un azote síquico lo golpeó salvajemente, apenas le dio tiempo a levantar sus barreras mentales, pero éstas se hicieron añicos y sintió como si su cabeza estallara poco antes de caer inconsciente. A su alrededor sus colaboradores formaron una línea protectora, pero de eso ya no se enteró.

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Notas:

- Arbites: son las fuerzas del orden o de seguridad, son algo así como la policía, aunque suelen actuar a nivel planetario. No son militares.

- Arma Bendita: sería una espada de energía especial.

- Azote psíquico: es un ataque mental, una especie de onda que choca directamente con la mente o el pensamiento de la víctima.

- Circanio: sería un animal al que para “prepararlo” como alimento se le debe desangrar y cuyos gritos deben ser “especiales”, al estilo de los cerdos.

- Cortius, Inquisidor: Este personaje ya fue protagonista de otro de mis relatos, que podéis leer aquí.

- Dagas de Dunt: son del estilo del cuchillo “kerambit”, el cual es un cuchillo proveniente de las culturas de Indonesia, Malasia, y las Filipinas. Se caracteriza por tener una hoja curva afilada, usualmente con un borde doble, la cual, cuando el cuchillo es sostenido correctamente, se extiende por debajo de la mano, con la punta de la hoja hacia adelante. El kerambit se encuentra dentro del grupo de los cuchillos tácticos de defensa. Recientemente ha llamado la atención de occidente como arma de algunas artes marciales modernas. (Aconsejo cuidado al buscar imágenes al respecto, hay unas cuantas sobre heridas producidas por este arma que pueden herir vuestra sensibilidad).

- Decintea: es el planeta donde se desarrolla este relato.

- Gijune:  es un planeta que destaca por sus castas de guerreras, temidas y valoradas por igual.

- Khelide: El látigo de Mendira es, como señalo en la narración, un látigo corto de cuero trenzado, de lo más normal, bueno el cuero será de un animal exótico de piel dura y flexible, jeje, y está forrado por anillos estriados unidos entre sí; a nivel táctico sería un arma que al desplegarse doblaría su tamaño, y que, bien utilizada, podría infligir graves heridas por esas estrías de los anillos, es decir, protuberancias, filos, picos o puntas afiladas que están en cada anillo, pensad por ejemplo en tuercas dentadas. Obviamente el metal de los anillos será especial, muy duro y resistente.

- Oso de Gundio: sería un oso al estilo de los osos polares sólo que mucho más grande.

- Percilo de Gijune: sería parecido a un loro, jeje.
- Perro estalita: sería un cánido parecido a un perro, pero posiblemente más cercano al lobo, aunque de mayor tamaño.

- Pistola de Agujas: Las Armas de Agujas disparan toxinas cristalizadas en forma de aguja. Estas armas también utilizan un tipo de tecnología láser para propulsar las astillas tóxicas, y penetrar cualquier armadura existente.

- Pistola Infierno: es una pistola láser potenciada.

- Prelono: sólo Mendira lo sabe… lo siento.

- Ratoneras de Béntulo: el planeta Béntulo es uno de los más peligrosos de su sector galáctico, sus ciudades colmena son conocidas por el alto grado de violencia en sus calles, y se les llama "ratoneras" porque es muy difícil escapar de ellas sin haber sido atacado, robado o asesinado.

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