viernes, 11 de enero de 2013

La bombilla (relato no ficción)


LA BOMBILLA


Sé que en ocasiones despreciamos lo que nos cuentan los demás por el simple hecho de no creer lo que nos dicen o por pensar que esas personas están influenciadas o sugestionadas por alguna razón. Hasta los diecisiete yo pensaba que los temas paranormales no eran más que historias inventadas o, como mucho, versiones equivocadas de cosas que tenían una explicación racional. Cierto que tenía conocidos que habían vivido situaciones que ellos no dudaban en catalogar como sobrenaturales, pero como digo, para mí eran simples errores de percepción. Supongo que hasta que uno no es testigo de algo sobrenatural no puede creerlo. Eso es lo que a mí me sucedió.


 
Todo empezó cuando conseguí irme a vivir sólo. No fue fácil, pero encontré un piso en alquiler que me ofrecía todo lo que por aquél entonces necesitaba. No era muy grande, pero tenía cuarto de baño y cocina, lo que de por sí era todo un logro con mi menguada economía. Sí que era un tanto antiguo y situado en un callejón estrecho, tampoco tenía ascensor, y mi piso era un quinto, pero yo estaba encantado. No tardé demasiado en habituarme a mi nueva vida, tenía una rutina que me dejaba poco tiempo para mí, pero mis objetivos eran claros, terminar de estudiar y esforzarme por sacar un dinero trabajando en lo que pudiera. Pasó un mes o así y todo parecía normal. Todas las noches llegaba cansado así que en cuanto comía algo y me duchaba me dormía como un tronco.

Sin embargo aquella noche me desperté un tanto extrañado. Debía haber pasado ya la medianoche, pero aún quedaba mucho para el amanecer, o eso es lo que pensé al abrir los ojos. La habitación estaba oscura, sólo había una delgada línea de luz al final de la persiana, en lo más alto. No me moví, seguía cansado, así que sólo parpadeé un par de veces. De repente por el rabillo del ojo vi pasar algo por delante de la línea luminosa. Como he señalado todo era oscuridad, la poca luz que había era un simple resquicio, una línea apenas difuminada, así que yo veía todo de color negro, pero estaba seguro que algo había cruzado de un lado al otro de la ventana. Pensé que sería un pájaro o algo que estaba en el exterior, aunque notaba algo raro. Era una sensación extraña, como si hubiera alguien más en la habitación.

Aquello era imposible, sólo había una manera de entrar en mi piso, la puerta, y cada noche la cerraba con llave y dejaba ésta puesta de manera que no se pudiera acceder de ningún modo. Como ya he dicho mi nuevo hogar estaba en un callejón estrecho, y de noche no era un sitio que pareciera seguro. Así que en aquél momento pensé que quizás habían entrado a robar, y que de alguna manera yo no me había dado cuenta hasta ese instante. De nuevo algo atravesó de un lado a otro la fina línea de luz, y me sobresalté. No oía nada, y por mucho que lo intentara tampoco mis ojos eran capaces de escudriñar la oscuridad, así que poco a poco acerqué mi mano al interruptor de la luz.

Notaba el corazón acelerado y sin saber cómo mi otra mano estaba agarrando con fuerza la sábana a la altura de mi barbilla mientras miraba fijamente la línea de luz. Ahora había algo justo en medio, una forma que dividía el hilo luminoso en dos. No se movía, tragué saliva y agarré con más fuerza la ropa de la cama. Estuve a punto de quedarme paralizado, mi mano suspendida en el aire muy cerca de donde, esperaba, estaba el interruptor, pero me negué a pensar en nada más y de un manotazo lo pulsé por fin.

La luz lo inundó todo y tardé un poco en acostumbrarme, aunque mantuve obstinadamente mi mirada fija en el sitio donde había visto que estaba parado el que fuera que había entrado en mi piso. No había nada, pero yo me quedé inmóvil un buen rato, no estaba seguro de si de verdad había sentido algo o todo había sido una tontería por mi parte. Como no estaba tranquilo decidí mirar por todos lados, sólo por si acaso, aunque debo decir que estaba bastante nervioso.

Miré hasta el rincón más pequeño, pero nada, no encontré ni el menor indicio de que hubiera habido alguien por allí, tan sólo que debería adelantar mi día de limpieza. Con ese pensamiento, y riéndome como un tonto, volví a la cama y seguí durmiendo. Pasaron un par de días y casi se me había olvidado todo aquello cuando volví a despertarme a medianoche. Otra vez sentí que algo estaba conmigo, pero esa vez no había dejado ningún resquicio en la persiana, así que no veía nada de nada. Como en la otra ocasión no pude moverme por un tiempo, a pesar de que en todo momento pensaba que el interruptor estaba ahí mismo. Logré tranquilizarme y dar la luz. Como esperaba estaba sólo, me incorporé en la cama, con la intención de levantarme a tomar un vaso de agua, porque estaba nervioso y necesitaba hacer algo. Apenas puse los dos pies sobre el frío suelo cuando la bombilla de la lámpara estalló. Me quedé paralizado, casi al instante en que volvió la oscuridad creí sentir algo a mi izquierda. Podía sentir una forma oscura con el rabillo del ojo, no era posible, no había luz pero, aunque no podía moverme, traté de enfocar mi visión hacia aquella dirección.

Había algo, una forma alargada, alta y negra. Era lo único que pude distinguir. Reconozco que aquello me asustó, no podía ver ninguna otra forma en mi habitación, todo era negro, y sin embargo aquello era aún más negro, y no se movía, parecía estar sólo mirándome, o esa era mi impresión. No sé cuánto tiempo estuve sentado rígidamente en la cama, con la planta de los pies congeladas y sintiendo escalofríos por la espalda. Sólo sé que el amanecer me sorprendió aún en la misma posición. Y en cuanto comenzó a clarear, cuando el negro fue haciéndose gris, fui poco a poco desentumeciéndome y pude moverme. Ya no había nada conmigo, y ni siquiera me había dado cuenta de cuándo había dejado de ver aquella cosa negra.

Aquél día estuve muy nervioso, no me salía nada bien y no dejaba de pensar en qué había pasado por la noche, en qué podía haber visto. Como en la otra ocasión traté de quitarle importancia, pero esta vez no se me olvidó. Puse una bombilla nueva en la lámpara y reconozco que dormí con ella encendida. Tenía la impresión de que la luz me ayudaría, no estaba seguro de querer volver a ver, o no ver, lo de la noche pasada.

Supongo que el paso de los días fue como un bálsamo para ir olvidando todo, o al menos verlo desde una perspectiva más tranquila, más lejana, como si lo hubiera soñado quizás. Pero durante un tiempo dormí con la luz encendida. Cuando me sentí seguro volví a mi rutina habitual de dejar apagada la lámpara, simplemente dejaba la persiana algo subida y ya está. Sentí cierto alivio cuando iban pasando los días y nada pasaba. De vez en cuando invitaba a algún amigo… y alguna amiga, a dormir en mi piso, y como no pasaba nada acabé desechando las una y mil ideas que habían poblado mi mente con respecto a aquella cosa negra. Pero quizás debí tomármelo más en serio.

Mi visitante oscuro, así lo acabé llamando, volvió casi tres meses después. Lo reviví todo de nuevo, sólo que tras romperse la bombilla yo me quedé tumbado en la cama y mi visitante, ahora perfectamente recortado al contraluz de la persiana, se quedó junto a mi lecho toda la noche. Sólo se quedaba allí, quieto, un poco encorvado hacia mí, como si me estuviera escudriñando. Sólo podía verlo con mi visión periférica, pero no podía distinguir nada definido, sólo una especie de tubo oscuro con forma humana. Me recordó a un hombre extremadamente alto y delgado, pero sin hombros, y la cara, aunque juro que en ningún momento la vi, debía tener una expresión seria. Sólo sé que aquello me asustaba más de lo que quería admitir.

Pero aprendí a convivir con ello, porque lo que más temía era contárselo a nadie. Mi visitante llegaba en cualquier momento, a veces podían pasar meses sin que apareciera, pero otras veces lo veía cada noche. Y no, no sólo lo veía en mi piso. Muchas veces, con la intención de huir de aquello, probé a dormir en cualquier sitio que conociera, la casa de mis padres, de mis primos, mis amigos, en hoteles, … incluso en camping. Gasté cientos de bombillas, pues siempre explotaban o se fundían sin más, no importaba que no hubiera tratado de encender la luz por la noche, cada mañana debía cambiar la bombilla, con cada visita. Así que me acostumbré a tener bombillas de sobra por casa, y cuando viajaba me llevaba unas cuantas. Puede sonar raro, pero me sentía seguro sólo sabiendo que las tenía, aunque no sirvieran de nada cuando más las necesitaba.

Sólo puedo decir que pasaron años, y que todo aquello lo había aceptado como algo que debía soportar. Se lo conté sólo a dos personas en todo ese tiempo, uno es un gran amigo aunque creo que nunca me creyó, la otra persona fue la que hoy es mi esposa. Una mujer que aún hoy no sé cómo se fijó en mí, pero con la que he vivido los mejores momentos de mi vida. Cuando le conté lo de mi visitante llevábamos saliendo casi dos años, hasta entonces había conseguido mantener en silencio mi secreto incluso cuando dormíamos juntos, soportando estoicamente aquellas noches en las que, mientras ella dormía a escasos centímetros de mí, yo trataba de no pensar en el visitante oscuro que me miraba fijamente.

Ella lo entendió, me dijo que tenía fobia a las arañas y que entendía que yo hiciera cualquier cosa por evitar lo que temía. No le importaba tener a mano bombillas, ni dormir con la luz encendida. Nos casamos poco tiempo después. Y fue gracias a ella que pude tener cierto alivio.

Ocurrió en Praga. Mi esposa es de esas personas que le gustan viajar, y no fue difícil que yo también me aficionara. Cada año hacíamos uno o dos viajes, recorríamos ciudades extranjeras, contemplábamos monumentos antiquísimos, disfrutábamos diferentes culturas y comprábamos bombillas de todas las nacionalidades. A veces mi visitante nos acompañaba, en otras tenía el detalle de no aparecer hasta nuestro regreso.

Praga. La idea fue de mi mujer. Serían cinco días en un modesto hostal pero con todo el tiempo para nosotros. La primera noche hizo acto de presencia mi visitante. La bombilla se rompió, pero como siempre al día siguiente mientras paseábamos buscamos un lugar donde comprar bombillas. No hubo suerte, había una especie de festejo y la mayoría de comercios estaban cerrados, pasamos horas recorriendo las calles. Sólo encontramos una tiendecita extraña, como un bazar con muchas cosas de segunda mano. No tenían bombillas normales, pero sí unas bombillas de colores con motivos navideños. No importaba, las compramos, no teníamos ni idea de cuánto durarían los festejos. Aquella noche, quizás porque mi visitante notó que yo estaba más nervioso de lo normal, vino dos veces, dos bombillas rotas. Sólo quedaba una bombilla, de un color naranja nacarado, con un angelito esculpido en la superficie.

Mi mujer se empeñó en volver a buscar una tienda, pero aquél día no quería que lo malgastáramos de nuevo en eso, así que paseamos tranquilamente. Al caer la noche estaba satisfecho, había sido un buen día y aquella noche estaba decidido a aguantar la mirada de mi visitante. No se hizo esperar, en cuanto ella se durmió mis ojos se abrieron, él estaba allí. No sabía si tratar o no de encender la luz, sabía que si la encendía explotaría, pero quizás él no volviera, alguna vez había pasado. Aguanté un par de horas, o eso creo, pero al final me pudo el miedo, con un chasquido pulsé el interruptor. Siempre estallaba la bombilla casi al instante, dejándome apenas ver nada. Esta vez la bombilla derramaba una luz tenue de color ámbar, con lo que no tuve problemas en que mis ojos se adaptaran con rapidez. Y lo que vi fue algo que nunca antes había sucedido.

Lo vi. Jamás se había dejado ver con la luz encendida, o quizás simplemente yo nunca llegaba a poder verlo, deslumbrado por la luz. La lámpara estaba en una mesa a tres o cuatro pasos de la cama, no tenía pantalla, yo podía verlo a él de lado, inclinado sobre la bombilla, parecía tener un brazo, o lo que fuera, alargado hacia la luz. Pero no se movía, simplemente su forma parecía estar difuminándose poco a poco, desde los bordes hacia el centro. No era un tubo, como siempre había pensado, sino como una columna de humo negro, sin rasgos, pero con cierto parecido a una sombra de un hombre alto y delgado.

Me quedé con la boca abierta, pasaban los minutos y la bombilla se mantenía. Lucía sin problemas, mi visitante seguía diluyéndose sin moverse, con una extremidad congelada en el aire a pocos centímetros de la bombilla, pero sin tocarla. Al final desapareció. Parpadeé algo sorprendido, me levanté y me acerqué a la lámpara. No me atreví a tocar la bombilla, sólo me quedé allí, mirándola. Mi mujer se despertó en aquél momento y me habló, no sé lo que me dijo, yo sólo conseguí balbucir que no había estallado. Repití aquello una y otra vez, como un mantra.

Sentí un alivio inmenso la mañana siguiente. No había dormido apenas, pero me sentía optimista, era la primera vez que la luz se había llevado a mi visitante, y no al contrario. Fue un día magnífico, y lo aprovechamos hasta que se hizo de noche. A la vuelta, en el hotel, encendí la bombilla con el anhelo de que volviera a suceder lo de la noche anterior. No sé si mi visitante volvió o no, pues dormí como hacía tiempo no lo había hecho, y la bombilla anaranjada seguía encendida cuando desperté, entrada ya la mañana.

Me resistí a pensar que aquella bombilla era especial, debía probarla más veces. Pero siempre había habido épocas en que no recibía visitas por semanas incluso, así que me armé de paciencia. Ya de vuelta en casa pasaron tres meses sin novedad, ni siquiera encendí la bombilla todas las noches, sólo aquellas en que me sentía inseguro. Pero no pasó nada.

Y entonces una noche volví a “cazar” a mi visitante con la luz ámbar. Encendí la lámpara presintiendo su presencia. Él estaba congelado en el aire, pero esta vez ninguna forma se extendía hacia la bombilla, y su color no era negro, era de un gris semitransparente. Me miraba. Su expresión no parecía seria, sino más bien resignada, aunque, como siempre, yo no podía ver ningún rostro ni nada parecido, era sólo una especie de intuición. Quiero creer que aquella era una despedida, o quizás una tregua.

Hoy llevo cinco años con la bombilla naranja. Nunca pensé que durara tanto, siendo de segunda mano e ideada para una época muy determinada del año. Pero ahí sigue. Su luz no es intensa, pero creo que tiene su propia fuerza. Ya no la enciendo apenas, sólo en muy contadas ocasiones, pero es de las pocas cosas que siempre me acompañan cuando mi mujer, mis hijos y yo nos vamos de viaje.



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