jueves, 8 de octubre de 2009

Sangre sucia [Relato Warhammer Fantasy]

SANGRE SUCIA

- ¿Dónde está? ¿lo ves?.

- ¡Maldición! te aseguro que lo vi entrar por aquí.

Las voces se acercaban, Alonso se apretó más contra la pared. Esperaba que las sombras lo ayudaran a recuperar algo de aire. Elevó una rápida oración a Myrmidia por aquella noche tan oscura que le había ofrecido. Se palpó el costado nervioso, la herida le quemaba, pero parecía que había dejado de sangrar.

- Ese bastardo debe morir esta noche, don Ramiro lo dejó muy claro.

- El señor debería haber decidido eso hace tiempo.

Alonso apretó la mandíbula. Aquél perro de Ramiro ni siquiera tenía valor para enfrentarse a él cara a cara. A los ojos de la corte “don” Ramiro actuaba como debía, pues era un noble. ¿Y qué era él? ¿qué era Alonso Hierro?, un bastardo, y encima su madre era árabe, ¿por qué mancharse las manos con un “sucio”?. Pero Ramiro en realidad le tenía miedo, mucho más que a los “demonios peludos”. Cómo le hubiera gustado ensartar a aquella alimaña con tres palmos de su acero…

- ¡¡Allí!!, ¡vamos!.

Se apartó rápidamente de su escondite, el muro le entorpecería los movimientos. No podía huir de nuevo, le restaban pocas fuerzas y no pensaba dejar que lo mataran como a un perro. Desnudó la espada y apresó la daga con la siniestra, con un movimiento se echó la capa a la espalda, para que no estorbara. Mientras bajaba un poco la cabeza dejó que el ala del sombrero le tapara casi un palmo de la cara.




Lo rodearon pronto, cuatro bellacos de sonrisa torcida. El de la derecha manejaba una espada larga y fina, parecida a la suya, de duelista, acompañada de un estilete que brillaba peligrosamente. El de su izquierda llevaba una espada propia de la soldadesca, y una porra de recia madera. A los de su espalda ni los miró, sabía que debían andar tan bien armados como sus compinches, y que aquél baile se zanjaría con la muerte.

- Eres muy esquivo, cobarde, nos has hecho… – dijo el de la porra.

No le dejó acabar. Lo atacó con la espada, amagando un estoque en el estómago. El rufián picó el anzuelo y trató de desviar el ataque. Alonso le dejó hacer, cuando el otro golpeó su acero giró velozmente tratando de clavarle la daga en el cuello, pero sintió un fuerte dolor en el costado, que le hizo perder la ventaja. El brazo de la porra se interpuso en el camino de la daga por poco. Sin tiempo para maldecir por el fallo, se dejó caer a la derecha. Una maldición a su espalda le dijo que su instinto no había fallado. Dobló la rodilla y saltó hacia el duelista, era el más peligroso, si podía acabarlo en el momento…

Su enemigo desvió con destreza su estocada, dejándole en una mala posición. Pero Alonso era perro viejo en estas lides y siguió el movimiento de su espada desviada, de esa forma el asesino sólo le arrancó el sombrero de la cabeza. Cayó con estrépito en el suelo, Debía levantarse pero permaneció de rodillas un tiempo, respiraba con fuerza y empezaba a ver borroso.

- No estas en condiciones de batirte, rinde tu acero.

-… nunca…

Con un gesto de dolor rodó a un lado y levantó su florete en una estocada ascendente. Uno de los hombres que habían permanecido a su espalda miró con ojos desorbitados el acero perforándole el vientre. A su derecha el otro facineroso descargó un golpe de hacha tratando de aprovechar la situación, pero la bota de Alonso ya volaba hacia la rodilla de aquél perro.

Se oyó un escalofriante crujido mientras el hacha caía ruidosamente al suelo. Alonso se desembarazo de la capa y se incorporó reprimiendo un quejido. Ahora sólo tenía ante sí a dos enemigos. No había que preocuparse por el que se desangraba como un cerdo, o aquél que daba gritos lastimeros agarrándose la destrozada rodilla. Una sonrisa peligrosa se dibujó en sus labios mientras inclinaba de nuevo el rostro. Ya no tenía el sombrero y aquél gesto parecía fuera de lugar, pero se había acostumbrado tanto a él…

- ¡Maldición!, ¡muere sanguijuela!.

Los dos bellacos se lanzaron en un ataque combinado. Al menos ahora lo respetaban, no atacarían ya de uno en uno. Lástima. Se dobló hacia la herida del costado fingiendo más dolor del que sentía, de esa forma sabía que ambos se desviarían hacia aquél lado. De improviso describió un rápido movimiento curvo con el florete atravesando el aire. Al de la porra le abrió un tajo en la mejilla, pero el duelista ya estaba casi encima suyo. No había tiempo que perder así que trató de saltar hacia atrás..

Notó el mordisco del arma abriendo un surco en su pecho. Pero logró desviar el ataque antes de que se clavara en su cuerpo. No le dieron respiro, el de la porra apenas reparó en que ahora se le veían los dientes entre el tajo sanguinolento de su cara. Amagó un ataque con la espada que Alonso paró con su daga, pero la porra se estrelló en su hombro dolorosamente, lanzándolo contra una puerta que no resistió el embite.

En un parpadeo se encontró tirado en un pasillo en penumbra. Gateó al interior mientras oía como sus perseguidores forcejeaban por ver quien entraba tras él primero. Con el golpe la herida del costado comenzó a sangrar de nuevo, y el hombro le dolía como si le estuvieran marcando a fuego, pero apretó los dientes con fuerza mientras tanteaba en busca de un apoyo para levantarse. Sus manos toparon con lo que parecía la pata de una silla. La agarró y se enderezó, pero creyó oir un zumbido y dio un paso rápido a la izquierda. Apenas vió el brillo metálico de la espada, pero sintió un escalofrío, en aquella oscuridad al menos uno de sus enemigos veía mejor que él…

Arrojó la silla hacia atrás, en cuanto oyó un gemido atacó a fondo. Pronto sintió que su hoja se hundía en algo blando, pero casi al instante lo agarraron por el cuello apretando con fuerza. Se debatió como pudo, el florete no salía de su nueva funda humana, así que acuchilló repetidamente con la daga.

Temía que en cualquier momento el segundo atacante se le echara encima, pero parecía que éste dudaba. Por fin la presión en su garganta bajó, el cuerpo de su víctima cayó lánguidamente al suelo, llevándose con ella su preciada espada. Se quedó quieto donde estaba, buscar el arma en la oscuridad podría ser una mala idea, no podía ver al rufián que quedaba, y los sonidos que percibía no le decían nada.

De algún punto situado a su espalda apareció un pobre rayo de luz, quizá los dueños de la casa se acercaban con una vela o algo. Pero él no miró atrás, acababa de descubrir con un escalofrío que su atacante estaba reptando por el suelo despacio, casi había llegado a su altura.

Ambos se miraron, era el duelista, su rostro estaba crispado, con gesto contrariado comenzó a levantarse.

- Siempre hay algo que se tuerce ¿no?. – le dijo de modo sarcástico.

Alonso no respondió, el otro no mostraba cansancio, y no estaba herido, en la diestra mantenía firmemente sujeto un florete con una cazoleta de gran tamaño, en la izquierda el estilete parecía húmedo, quizá estuviera emponzoñado. Él, por el contrario, se sentía muy cansado, le dolían el costado y el hombro, y su visión borrosa persistía, al menos en la oscuridad aquél problema había desaparecido… pero ahora… dudaba seriamente de salir bien de ésta. Chasqueo la lengua.

- Supongo que no servirá de nada si os reto a un duelo en la calle. – dijo lentamente mirando a aquél perro a la cara.

El otro lo miró de arriba abajo, sopesando un momento las cosas. La luz del fondo se acercaba más y más.

- Bueno… somos gente de honor ¿no?, no veo inconveniente.

- Salgamos fuera entonces.

- Claro.

Comenzaron a andar. El duelista no le perdió de vista mientras recogía su florete y lo limpiaba en las prendas del de la porra. El caído ya no respiraba, y mientras estaba agachado junto a él se fijó en algo que brillaba cerca del corazón de aquél hombre. Quizá… sí, podría servir, sin que el otro lo advirtiera y sirviéndose de un intencionado traspiés, agarró con disimulo aquél objeto y se lo guardó.

Ya en la calle había cierta iluminación, las cosas aparecían como en gris. Se oían murmullos lejanos, y algún quejido apagado del tipo al que le había “solucionado” lo de la rodilla. El otro habría muerto.

Se situaron frente a frente e hicieron un saludo con las espadas. Denegó hacer algún mandoble de calentamiento, le restaban pocas fuerzas así que era inútil cansarse antes de tiempo. Su adversario no pensaba igual, empezó a hacer algunos ejercicios. No parecía mal espadachín. Luego se quedó quieto y volvieron a mirarse a los ojos. Hora de bailar.

Dieron vueltas midiendo al enemigo antes del primer ataque. Intercambiaron varios golpes rápidos y luego se emplearon a fondo. Su adversario trataba siempre de hacerle ver que su guardia tenía algún fallo, pero no se dejó engañar. Así que el otro cambió de táctica, le atacó repetidamente de arriba abajo, y eso hizo que el hombro le produjera intensos dolores, pronto no sentiría el brazo. Y el maldito costado seguía interponiéndose en sus movimientos, más de una vez tuvo que esforzarse por interponer la daga ante un ataque demasiado rápido para sus actuales condiciones.

El duelista mostraba una sonrisa nerviosa, parecía pensar que el trabajo ya estaba hecho, cada vez que atacaba Alonso parecía apagarse cada vez más. Bien, que pensara lo que quisiera, había llegado el momento de tratar de hacer uso de su as en la manga. Fintó y descargó un golpe descendente, su adversario saltó hacia atrás, y él aprovechó para lanzarle un objeto brillante con la izquierda.

El enemigo desvió el proyectil con la espada, pero él ya estaba lanzado en una estocada baja y el otro no podría pararla. Su florete se clavó en el muslo de aquél bellaco, pero éste descargó a su vez un golpe que le hizo soltar la empuñadura. Retrocedió un par de pasos.

- Ahora estas desarmado, ha llegado tu hora! – rugió el tipo agarrándose el muslo mientras soltaba el estilete y atacaba con la espada.

Alonso lo vió venir, pero no retrocedió, se mantuvo quieto, como derrotado, pero en el último momento dio un quiebro y le hundió la daga en el pecho a su adversario.

Éste lo miró sorprendido. Soltó el florete y se derrumbó pesadamente.

- No… no es posible…

Aquél perro no llegaría a saber de su ardid. Le había lanzado el reloj de cadena del muerto en la casa, mientras escondía la daga. Sin perder tiempo recogió sus armas y se marchó dando tumbos. Aquellos cuatro no eran los únicos que Ramiro habría enviado. Antes de doblar la esquina de la calle le llegó una voz.

- Te encontrarán, eres hombre muerto maldito.

Estuvo andando mucho tiempo, le pareció una eternidad, pero seguía siendo de noche. Debía estar muy mal, ya no sentía dolor en el costado, más bien sentía frío, mucho frío, y el hombro… estaba completamente entumecido.

Consiguió llegar al barrio árabe. Se detuvo frente a una fachada de un rojo descolorido, con un cuervo negro pintado sobre la puerta. Llamó desesperadamente. Un muchachito de tez oscura le abrió. Lo empujó a un lado y avanzó a trompicones hacia la habitación del fondo. Penetró en ella mientras un olor a hierbas lo asfixiaba.

Una mujer muy anciana y de aspecto desgreñado lo miró con unos ojos vacuos, lechosos…Le empezó a decir algo pero él apenas pudo oir nada, sólo dos palabras.

- …sangre sucia… - susurró la mujer.

-...bruja... - escupió y se derrumbó aparatosamente.



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Notas: se supone que la acción se desarrolla en Estalia, de ahí que trate de usar algunos términos un tanto...

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