viernes, 24 de julio de 2009

¿Por honor? [Relato Warhammer Fantasy]

¿POR HONOR?

El sudor empapaba cada fibra de tela que cubría su piel. Se pegaba a su cuerpo. Hasta ese momento no había caído en la cuenta de la carga que suponía llevar una armadura. ¿Cuántas veces había ansiado llevar una?. Pensaba que eso lo mantendría seguro en medio de una batalla. Ahora dudaba.

Como no dudar?. Se encontraba tendido en la hierba mientras a su alrededor se desataba una carnicería, y no podía levantarse, no al menos con la velocidad que hubiera querido. Sus ojos se encontraron con la mirada inyectada en sangre de uno de aquellos guerreros de piel verde, uno de esos monstruos sanguinarios. Cerró los ojos y elevó una plegaria a la Dama. Ojalá esto fuera un sueño...o una pesadilla. Al abrir de nuevo los ojos lo tenía casi encima, una enorme hoja dentada bajaba velozmente hacia su cuerpo. Rodó hacia la izquierda, un caballo por poco lo aplasta, mientras el jinete le gritaba algo. Pero no oía, todo era un infierno. Por amor a la Dama ¿por qué se había metido en esto?. Consiguió ver de nuevo al orco, esta vez parecía más enojado que antes, le mostró unos enormes colmillos chorreantes de baba. Se preparó a huir de nuevo, pero no hizo falta, el pielverde salió despedido ensartado por una lanza de caballería.

- Señor, ¿que hacéis ahí tirado?? levantaos, hoy nos espera la gloria.




Alzó la vista, un caballero de gualdrapa púrpura lo instaba desde su cabalgadura. ¿Gloria?. Se levantó tambaleante e hizo una indicación con la mano. Nadie debía enterarse de quien era. No muy lejos vio su espada, pero sería difícil llegar. Hombres y orcos luchaban sin descanso a su alrededor. Gritos, juramentos y el entrechocar de las armas lo ahogaban. A su derecha un nuevo enemigo se fijó en él. Corrió como pudo y recuperó su espada. Paró el primer golpe del orco. La fuerza de aquella bestia le produjo un fuerte dolor en el brazo armado. Aguantó. Su técnica no era elegante, ni cuidada, pero a aquella monstruosidad no le iba a importar, sólo esperaba que nadie lo viera luchar. El engaño se descubriría.

El orco arremetió con su otra mano, también armada. Dio un salto hacia atrás, pero la falta de costumbre de luchar con armadura le hizo tropezar. Eso le salvó del siguiente golpe. El pielverde lanzó un rugido de rabia y volvió a atacar. Esta vez la rebanadora le dio de lleno en una de las hombreras metálicas haciéndola volar y le hizo un rasguño al yelmo. Pero él no se había quedado quieto, su propia espada había abierto un profundo corte en la musculosa anatomía de aquella bestia. Sin expresar dolor de ningún tipo su enemigo siguió enviándole golpes que apenas podía esquivar o bloquear. Un nuevo tropiezo le hizo lanzar una sarta de juramentos. Con una rodilla en tierra estaba a merced de las temibles hojas dentadas, sin esperanzas elevó la espada hacia arriba para tratar de protegerse. La fortuna le sonrió en aquél momento, o quizá había sido cosa de la Dama. No importaba el orco, en su ímpetu por matarle, había quedado ensartado en la espada. La punta había penetrado por debajo de la barbiulla y le sobresalía por la nuca. Pero no todo iba a resultar tan sencillo, la mole de músculos se derrumbaba sobre él y no podía apartarse. Desesperadamente gateo por el suelo, pero el peso muerto acabó atrapándole las piernas.

En ese preciso instante comenzó a llover. Llover?? Aquello era diluviar. Sus múltiples esfuerzos por quitarse de encima el cadáver eran inútiles, estaba muy cansado, sus fuerzas flaqueaban y... aquella maldita armadura no ayudaba en nada. En derredor la lucha no había perdido fuerza, ni intensidad, era un cuerpo a cuerpo rabioso donde los enemigos no se daban cuartel. Un enorme orco de piel muy oscura acababa de cortar por la cintura a un caballero. Sintió nauseas, pero siguió mirando como embelesado como lo seguía descuartizando con una furia animal.

La noche lo sorprendió aún tendido bajo aquél peso, a su alrededor había multitud de cadáveres de la batalla de aquella jornada. El campo de batalla estaba embarrado y no sólo de agua... El tiempo había pasado angustiosamente, rezando por pasar desapercibido de unos y otros, implorando por no ser aplastado, y cuando acabó la batalla sus ruegos cambiaron, temía morir allí, en aquél lugar que olía a muerte, sin que nadie supiera que estaba aún vivo. En algún momento incluso había llorado desesperadamente, las piernas no las sentía desde hacía horas, pero el resto del cuerpo era lo que le preocupaba, tenía frío, mucho frío, la tormenta había arrojado mucho agua, y estaba aterido y temblaba.

Escuchó ruidos, parecían susurros, alguien hablaba por lo bajo. No, canturreaba. La esperanza renació en él. Comenzó a emitir un sonido ronco tratando de llamar la atención de quien quiera que pasara por allí. Al poco la luz de una antorcha lo iluminó. Un viejo desdentado lo miró sorprendido, mientras él movía pesadamente los brazos y la cabeza.

El anciano se dedicaba a robar a los muertos. Le costó mucho convencerle para que le ayudara a salir de allí. Tras la promesa de una recompensa consiguió desembarazarlo de aquella trampa. Se sintió tan agradecido que no le importó darle el saquito de oro que llevaba guardado. Tambaleándose volvió al campamento bretoniano. Sorprendió a los centinelas, y les mintió sobre su aspecto. Qué podía hacer? sabía que debía presentar una pinta espantosa, con su armadura deslucida, llena de barro y sangre, y faltándole piezas aquí y allá. Había poca costumbre de ver a un caballero bretoniano como un pordiosero, como un derrotado...

Cuando llegó a su tienda comenzó la penosa labor de desvestirse, si tuviera un escudero sería éste el que se ufanase en despojarle de las piezas metálicas, pero era imposible... en aquella tienda sólo habitaban dos personas. El caballero y su escudero..., pero él no era el caballero... Acabó de desvestirse y se dirigió al lecho oculto por una pesada cortina, la apartó con cuidado y comprobó que su señor aún seguía ahí, inmóvil, inerte...muerto. Su señor... que había partido de sus tierras para obtener la gloria, para hacer honor a su familia, pero que había muerto afixiado por un hueso de fruta...

La campaña continuaría el día siguiente, y el siguiente, incluso una semana más... y su señor seguiríadando muestras de su honor... a menos que alguien se diera cuenta de que no era aquél que portaba la armadura en el campo de batalla.

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